DESDE LA TRIBUNA

Por Juan José LacastaConsultor de desarrollo organizacional para el Tercer Sector y exdirector técnico de Plena inclusión


No es lo mismo lo que decimos, lo que sentimos y lo que hacemos. Y, en no pocas ocasiones, hay una distancia sensible entre lo que conforma nuestro discurso y la realidad de nuestra práctica. El discurso suele estar cargado de nobleza, de buenas palabras e intenciones y de afirmaciones social y políticamente correctas, y las acciones -la conducta-, no siempre conscientes, a veces no están “a la altura” de nuestro propio discurso entrando en ciertas contradicciones con él. De hecho, si no sentimos y creemos profundamente en lo que decimos, es difícil que hagamos y plasmemos en la realidad eso que decimos.

Nuestro discurso, el discurso del movimiento asociativo de la discapacidad está instalado en un conjunto de axiomas éticos que constituyen códigos que son (deben ser) referentes y guías de nuestras prácticas y conductas. La cuestión es si, en el fondo, creemos en ellos o no.

Por ejemplo, sacrilegio, en el discurso del movimiento asociativo de la discapacidad, sería decir que las personas con discapacidad no son personas completas, que no todas tienen la misma dignidad. Pero, en nuestros supuestos básicos, en nuestras creencias más profundas, ¿sentimos a las personas con discapacidad intelectual con una visible afectación como personas completas? No nos permitiríamos decir que no, pero quizás deberíamos chequear lo que en el fondo sentimos y, en consecuencia, nuestro comportamiento con y hacia ellas.

En el Código Ético de Plena inclusión al explicar el valor ético de la Dignidad, dice: “La persona con discapacidad intelectual, como individuo, como persona, en cuanto tal ser humano, tiene valor en sí y por sí misma. Con sus limitaciones y capacidades es un ser humano con su dignidad, en esencia como cualquier otro. Es, en consecuencia, un individuo con sus características, intereses y fines propios e irrepetibles, con dignidad y valor propio, equiparables a los de cualquier otra persona”.

La creencia profunda en las personas, en la dignidad de las personas, en que la condición de persona se tiene en toda su dimensión y valor, se tenga la discapacidad que se tenga o el género o la raza o la edad que se tenga. La creencia profunda en la “completud” de las personas con discapacidad intelectual, se constituye y sólo se puede construir generando un profundo cambio de mirada que haga tambalear esas creencias que tenemos y que ni siquiera sabemos que tenemos pero que conforman nuestras actitudes y, en consecuencia, nuestras conductas y comportamientos. Actitudes y comportamientos cargados de buena intención que al final sufren las personas en clave de sobreprotección, minusvaloración, discriminación, suplantación en las decisiones, usurpación de su poder, etc.

Pero, ¿en qué consiste eso del cambio de mirada?

Creo que todos debemos contribuir a definir qué significa cambiar la mirada e indagar y debatir sobre ello hasta las últimas consecuencias. Es imprescindible que reflexionemos sobre el significado profundo de la mirada que es necesario cambiar.

Así, propongo para abrir esa reflexión y el debate ulterior algunas ideas que me parecen principales. A mi juicio, cambiar la mirada, significa:

– Vernos a nosotros mismos mirando a las personas con discapacidad intelectual. Hemos de observarnos y analizar nuestra forma de mirar. Ser conscientes y tomar conciencia de cómo miramos, de qué está cargada nuestra mirada.

– Aprender a individualizar y mirar a cada persona y no al colectivo. Pasar de la mirada colectiva a la mirada individual. La definición de las personas por las supuestas características del colectivo al que pertenecen suele ser una agresión. La agrupación lleva a la simplificación y, por tanto, a la desfiguración. Los clichés y las imágenes ficticias nos ocultan los tesoros que lleva dentro cada persona.

– Cambiar la mirada significa cambiar las creencias, los supuestos básicos, aquellos que determinan nuestras actitudes, nuestros comportamientos y nuestra manera de relacionarnos con las personas. De una mirada sobreprotectora y superior, y siempre dispuesta a sorprenderse de “lo que son capaces de hacer”, saldrá una práctica de empoderamiento y de inclusión bienintencionada pero raquítica y limitada.

– Todos los seres humanos necesitamos de los demás para ser nosotros mismos. Con la mirada de los otros, de su espejo, nos construimos. Con lo que nos devuelven las personas a las que queremos y respetamos, forjamos nuestro carácter, nos hacemos mejores porque sabemos apreciar las cosas buenas que tenemos y aumentamos nuestra autoestima y seguridad. Y porque también, a veces, nos devuelven aquello que no nos gusta oír y podemos saber mejor dónde y cómo metemos la pata y qué tenemos que cambiar.

Cambiar la mirada hacia las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo supone creer y experimentar que su mirada sobre nosotros es importante para construirnos, para hacernos mejores, para comprender mejor nuestros sentimientos y emociones, nuestros egoísmos, miedos, alegrías, escudos y disfraces. Cambiar la mirada significa que necesitamos también a personas con discapacidad intelectual y a otras en situación de exclusión para que nos ayuden a ser nosotros mismos.

– Aquí está, a mi juicio, el quid de la cuestión. Que nos importe, que nos interpele cómo nos mira una persona con discapacidad intelectual o del desarrollo, supone emprender el camino de llegar a creer profundamente en su dignidad en la práctica, no sólo en el discurso.

– Que nos importe la mirada de una persona con discapacidad intelectual, no sólo su cariño, es empezar a desdibujar la poderosa línea convencional creada entre quien tiene y no tiene discapacidad intelectual y dejar de hablar, como estoy haciendo yo en esta reflexión, de ellos y nosotros.

– Intuyo, además, que cambiar la mirada hacia las personas con discapacidad intelectual es un enriquecimiento personal de tal calibre que supone y lleva implícito el cambio de mirada para cualquier ser humano y el cambio, imprescindible, hacia la humildad y la igualdad.

Deberíamos no olvidarlo: Si comprendemos la importancia de la mirada de las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo y de lo que ésta nos devuelve, no tendremos ningún obstáculo para ver a las personas de otra manera, con toda su dignidad, verdaderamente activas, ciudadanas y protagonistas de su vida y… de la nuestra.

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